Secuestros, golpizas y matanzas son algunas de las historias que cuentan los vecinos de Tenancingo, municipio del sur de Tlaxcala que se ha vuelto famoso por ser “la capital mexicana de la trata de personas”. Durante los últimos años, la violencia se ha incrementado en Tenancingo y se ha transparentado a plena luz del día.
Enfermeras que trabajan en el centro de salud cuentan cómo de vez en cuando son obligadas a atender a mujeres muy jóvenes que llegan lastimadas en su zona genital o bien con golpes en diferentes partes del cuerpo. Las trabajadoras de la salud han recibido la orden de no intervenir y únicamente ayudar a las muchachas lo más que puedan, ya que podrían incluso perder la vida.
“Desde que llegué a Tenancingo me dijeron: veas lo que veas, no hagas nada. Tú ayúdalas, aplícales las curaciones, pero no les preguntes. Mucho menos se te ocurra ponerte al tú por tú con los hombres que las llevan o nada de que vas a ir con la autoridad a denunciarlos. Aquí la autoridad está implicada y en caso de que los acuses, primero te vas tú antes que ellos hagan algo”, refiere María Félix, quien trabajó durante muchos años en el municipio de Tenancingo.
De acuerdo con el Centro de Derechos Humanos “Fray Julián Garcés” de Tlaxcala, hay una especie de acuerdo implícito entre los padrotes y los vecinos de la población, de tal manera que los primeros no se meten con los segundos y viceversa. Mientras los lenones no se rapten a una jovencita de Tenancingo, los habitantes ni siquiera se acercan a las casas de seguridad de éstos. No hay denuncias, no hay escándalo ni alarma.
“Por eso me quise ir y pedí mi cambio. Una ayuda todo lo que puede y se aguanta, pero llega el momento en que dice: si sigo aquí me voy a volver loca. Y luego todo el pueblo es como extraño, se siente un ambiente pesado, diferente. Entras y tienes la sensación de que todo el tiempo te están vigilando”, narra a Imagen Poblana la enfermera, hoy jubilada.
De vez en cuando, la “tranquilidad” de Tenancingo se ve alterada con los operativos federales que se llevan a cabo en la zona. El último de ellos data de 2015, cuando un impresionante movimiento que incluyó bombas de gas pimienta y helicópteros se ejecutó en una de sus colonias con el objetivo expreso de ir por una familia que tenía orden de aprehensión en Estados Unidos y que ya era conocida por todos como una de las estirpes más antiguas dedicadas a la trata.
Solo así sucede algo en Tenancingo: cuando el gobierno del país del norte activa sus alarmas y le pide a las autoridades federales de México que ejecuten una orden de aprehensión y luego la extradición contra lenones que tienen identificados como los responsables de ingresar jovencitas en su territorio. Mientras, autoridades de distintos niveles, desde presidentes municipales hasta diputados y desde luego el gobernador, saben lo que pasa en el municipio y no intervienen.
“Luego llegan a cargar gasolina. Una vez una chavita pero bien joven se quiso escapar de una camioneta. Abrió la puerta y ya se iba a salir, cuando el padrote le dio un madrazo en la cara. La chava ni dijo nada, solo se desmayó. Y ahí quedó tendida. Pues uno qué puede hacer si ni el presidente y ni el gobernador quieren hacer nada porque les tienen miedo. O porque son cómplices, vaya usted a saber”, afirma Alfredo, trabajador de una gasolinera de la zona.